Que la esperanza no te impida actuar
La esperanza, contemplada globalmente, solemos interpretarla como un deseo, una emoción, a veces, expresada en modo de certeza, de que las situaciones, las cosas, los resultados van a ir a mejor.
Así vista, la esperanza se puede convertir en sustituto de la acción. Dejamos de hacer, o no hacemos lo suficiente, pero aun así “esperamos” que las cosas salgan según nuestro interés.
En general, cuando este es el caso, el resultado no concuerda con lo esperado, y nos sentimos defraudados, achacando lo ocurrido a la mala suerte, al destino, al mercado, a los otros, a…, todos menos yo.
Contemplada desde esta perspectiva, la esperanza no va más allá de representar una quimera y, por tanto, casi siempre inalcanzable. Llegados aquí, hablamos de “no hay esperanza”, “así son las cosas”, “yo soy así”, “da igual lo que haga (aunque no haya hecho lo suficiente), el resultado siempre será el mismo”.
Un caso bien diferente se da cuando ponemos la esperanza a partir (y no en lugar) de la acción. Cuando aquélla no sustituye a ésta. En tal supuesto, ¿cómo actuamos? Contamos con un reto, problema o resultado a alcanzar. Trazamos un plan ajustado a la misma, que nos permita recorrer el camino (obstáculos incluidos) hasta llegar al objetivo propuesto.
Y comenzamos la acción para cubrir cada paso de este plan. Entonces, “esperamos” que los resultados salgan.
Aquí la esperanza se convierte en algo que yo muevo, de lo que soy responsable. En este caso, la esperanza nos sirve de acicate para movernos en la inseguridad. Se establece como puente entre la certeza de nuestro plan y la incertidumbre del resultado. En este supuesto, la esperanza es motor de actitud positiva, y desde ésta, de motivación para estar dispuestos a poner un “plus” de esfuerzo a la acción prevista, pues confiamos que el camino trazado nos lleve al resultado esperado.
¿Consecuencia?… Cuando el orden es: primero acción y luego esperanza, pasamos de ser vividos a vivir. Nos convertimos en constructores de nuestros destinos. ¿Cómo? Ponemos el foco en lo que manejamos, en lo que depende de nosotros, en nuestra propia acción. En lugar de hacerlo en el esperado resultado.
¿Hablamos, entonces de dos esperanzas, una buena y una mala?… No entramos en ello; ya otros (griegos, romanos, judeo-cristianos…) tuvieron sus debates al respecto sin mucho acuerdo, por cierto.
Por nuestra parte defendemos la necesidad de tener la esperanza para conseguir los retos, siempre y cuando la coloquemos en el tiempo adecuado del proceso, y que en vez de ser excusa para justificar resultados mediocres, nos sirva de motor para alcanzar rendimientos excelentes.